Modo vs destino
La felicidad es un modo de viajar, no un destino. Una frase que escuché hace tiempo y que, al principio, me sonó un poco a esos consejos que uno encuentra en los imanes de la heladera o en una taza de café inspiradora. Pero cuanto más la pienso, más sentido le encuentro. Porque, ¿cuántas veces nos encontramos corriendo hacia algo, creyendo que cuando lleguemos ahí seremos felices? Cuando tenga ese trabajo, cuando compre esa casa, cuando baje esos kilos, cuando pase tal cosa... Y así, la vida se convierte en una eterna espera de un momento que parece que nunca llega o, si llega, resulta que no es tan perfecto como lo imaginábamos.
Entendí que la felicidad no depende de lo que me pasa, sino de cómo decido mirar lo que me pasa. Suena simple, pero, en la práctica, es un desafío diario. Hay días en los que todo parece salir mal: el auto no arranca, el trabajo se acumula, alguien me contesta mal... Y ahí es donde me pregunto: ¿qué depende de mí? Porque, aunque no pueda cambiar lo que sucede, siempre puedo cambiar la forma en que reacciono.
Victor Frankl, un hombre que vivió el horror del Holocausto, escribió que “a un hombre le pueden robar todo, excepto una cosa: la última de las libertades humanas, la de elegir su actitud ante cualquier circunstancia”. Y, si lo pienso, eso es liberador. Porque, ¿no es agotador vivir pensando que la felicidad está afuera, en lo que otros hacen o dejan de hacer, en lo que tengo o no tengo? Es como entregarle a alguien las llaves de mi casa y quedarme afuera esperando que me las devuelvan.
Aprendí a encontrar pequeñas alegrías en el medio del caos. Unos mates por la mañana, el solcito que se filtra por la ventana, un mensaje inesperado de alguien que quiero. Empecé a entrenarme para agradecer esas cosas, aunque parezcan insignificantes. Porque, al final, son esos momentos los que van llenando el viaje. Si espero grandes eventos para ser feliz, probablemente pase mucho tiempo estancada en una estación, perdiéndome del paisaje que ya está ahí.
Esto no significa que haya que conformarse o que no se pueda soñar. Claro que sí. Pero la diferencia está en entender que la felicidad no es algo que voy a alcanzar cuando todo sea perfecto, sino algo que puedo ir construyendo mientras avanzo, incluso cuando las cosas no salgan como las planeo. ¡Ahora la mochila pesa mucho menos! Es como si de golpe me diera cuenta de que no tengo que cargar con todo ese peso de esperar a que el mundo se acomode a mi manera.
Y sí, hay días en los que me olvido de todo esto. No soy un ser iluminado ni mucho menos. Pero, cuando me acuerdo, vuelvo a conectarme con esa idea: la felicidad está en el camino, en cómo decido recorrerlo. Y, como dice una frase que me encanta, “la vida no se mide por las veces que respiramos, sino por los momentos que nos dejan sin aliento”. Me encanta ser consciente de esos momentos y agradecerlos.
Así que, si de algo estoy segura, es que mi felicidad no está en lo que pueda pasar mañana o en lo que pase a mi alrededor. Está en cómo elijo mirar, sentir y vivir este viaje que es la vida. Porque, al final, no se trata de llegar a algún lugar. Se trata de caminar y de disfrutar cada paso, con todo lo que trae.
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